Muy Antigua, Real e Ilustre Hermandad del Rocío de Moguer
Historia
La posible historia de la Hermandad del Rocío de Moguer se enmarca en una dicotomía de difícil solución. Por un lado una historia ininterrumpida desde hace más de trescientos años, y por otro, una casi total ausencia de datos hasta los años treinta del siglo veinte.
La continuidad de la Hermandad es patente cuando nos movemos en un mundo, como el rociero, donde la antigüedad la define, precisamente, esa constante presencia ante la Blanca Paloma.
Pero junto a ese hecho de la constancia, nos encontramos que las fuentes históricas escritas son contumaces en su silencio sobre las actividades de esos moguereños rocieros. Veamos con qué datos contamos.
La principal fuente es un pleito, entre la Hermandad de Moguer y el entonces vicario moguereño, donde se cita que la Hermandad se había creado hacía más de cuarenta años. El documento encontrado en el archivo del Palacio arzobispal sevillano, es de 1758 y es lo que ha dado lugar a que se tome como fecha de fundación, el siglo XVII, 1.718 o siglo XVIII. Y es que, además, hasta en esto el Rocío es especial. El origen legendario del Rocío lo circunscribe al siglo XV, pero curiosamente hay argumentos para aseverar que ya existía una devoción a una Virgen situada en Las Rocinas en el siglo XIV, veáse el Libro de Monterías de Alfonso XI.
No es aventurado decir que la devoción hacia la Virgen del Rocío en Moguer es muy anterior a ese siglo XVIII documentado, no en vano Moguer era uno de los orígenes o destinos de ese triángulo de poblaciones tan importantes en el nacimiento de la devoción rociera. Así Sevilla por un lado, Moguer (con el Condado de Niebla) por otro, y Cádiz (junto a los Puertos y Sanlúcar de Barrameda por otro). En ese cruce de caminos que se establece cerca de la Aldea del Rocío, se ramifica pronto la llama de los devotos a la Reina de las Marismas.
El segundo dato es la mención de la Hermandad de Moguer en la “Primitiva Regla de la Hermandad del Rocío de Almonte”, de siete de Agosto de 1.758. En el capítulo VI, Sobre las Hermandades de otros pueblos, podemos leer: “En atención a que la acreditada, notoria devoción, que muchos pueblos tienen a Ntra. Madre y Señora del Rocío, les ha movido a establecer en cada uno de ellos su hermandad como en esta Villa: en las de Villamanrique, Pilas, La Palma y Rota y en la(s) ciudades de Moguer, Sanlúcar de Barrameda y el gran Puerto de Santa María, cuyas siete hermandades concurran anualmente con la de esta villa el día de la fiesta, a celebrarla cada una en el real de la ermita de Ntra. Señora con sus insignias, danzas y fuegos. Otro dato conocemos de este siglo XVIII, Antonio Vázquez León en su libro “Ermitas rurales de la provincia de Huelva” recoge la idea de que “ a partir de 1758 se celebraba en la ermita de Montemayor una misa por los romeros que venían del Rocío, el martes de pentecostés”. Este autor no da origen de esa misa, por lo que creemos que se basa en el escrito encontrado por Hernández Parrales, en el Archivo del Arzobispado de Sevilla.
Aceptado que la devoción rociera en Moguer se pierde poco menos que en la noche de los tiempos, y que no hay documentos fiables que muestren que cualquier otra es de mayor antigüedad, pasemos al siguiente dato fehaciente con que contamos. Dicho dato consta en una tacita petitoria de plata que, aparte el nombre de la Hermandad, lleva fecha de 1.764, junto al dato que la donó el Mayordomo Don Juan del Mora.
* En 1913 se celebra el Primer Centenario de El Rocío Chico, acontecimiento que se recoge en un folleto que publicó bajo el seudónimo de UN ALMONTEÑO un autor anónimo. En el texto se lee: “Se convino en invitar a las Hermandades de la Virgen del Rocío estatuidas, como es sabido, en esta provincia, en la de Sevilla y en la de Cádiz para que repitieran en agosto la visita que anualmente hacen al Santuario en la Pascua de Pentecostés..”
** En el libro de Manuel Siurot, “La romería del Rocío”, editado en 1918, cuando el autor enumera las carretas que lleva Huelva, dice: “… Va la del Mogueleño, que dicen que la van a poné echando jumo, de corchas blancas, de farolillos a la veneciana, de mantones de Manila, de lazos de colores, y de tó y por tó”. Es por supuesto la más arreglada.
Camino de Moguer
El Camino de Moguer es uno de los más conocidos del área peregrina onubense. Pero antes que los rocieros moguereños lo iniciemos, hay momentos emocionantes que lo presagian, como es la propia Misa de Romeros, que tiene lugar a las nueve de la mañana del jueves.
Todo un año de preparativos, de sueños, de emociones contenidas, va a tener a partir de ahora su desahogo, su realización, su utilidad. Hasta los últimos detalles han sido cuidados, aunque siempre quede algo para la última hora.
La misa acelera aún más los corazones deseosos de partir hacia la aldea, que tendrá lugar inmediatamente después de finalizada. Con el acto de la bendición, el Simpecado de Moguer comienza su caminar, arrastrado por bueyes cansinos. Ese es uno de los momentos en que más se recuerda a quienes, por la circunstancia que sea, no podrán hacer el camino, algunos ya por estar haciéndolo por el cielo.
La Hermandad toma la ruta de Montemayor, donde se realiza una ofrenda floral. Con los vítores, cantes y cohetes se llega al mediodía, en que tomamos el conocido Camino de Moguer.
Se llega después al Milanillo, punto donde confluyen todas las hermandades y que nos sirve, a la de Moguer, como parada para el almuerzo y la convivencia.
La tarde cae y los romeros llegamos a Bodegones para hacer noche en Pino Gordo, ahora llamado Cabezudos. En este lugar, a la medianoche, con todo recogimiento, rezamos el Santo Rosario. Ha concluido la primera jornada y entre candelas se llegará al alba. En esos momentos íntimos la convivencia, siempre tan necesaria, toma cuerpo.
El segundo día es definitivo. La comitiva romera penetra en la Rocina y cruza el espejeante arroyo de Fresno Gordo. La aldea se presiente en la cercanía, donde espera la Señora de las marismas. El eco alegre de las coplas y el crujido de las carretas se pierde en los arenales. Ya está cerca el instante mágico tan esperado y cuando el astro solar alcanza su cénit, al mediodía, hacemos entrada en la aldea. En ese momento no hay cansancio, el sudor sirve de refresco y se materializa el sueño que todos los años nos lleva a rendir pleitesía a la reina de las marismas.
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